Dos amigos que viven en un barrio de Buenos Aires emprenden un viaje singular sin habérselo propuesto. Un extraño efecto producido por el sonido de una canción los transporta hacia un mundo onírico que se construye y se deconstruye a través del plano psíquico de sus propios habitantes.
Este derrotero por los sueños y las frustraciones de las personas les hace vivir situaciones y conflictos que los ponen cara a cara con sus propias contradicciones, con los anhelos más fervientes y con las dudas más profundas.
Todas estas aventuras están cargadas de imágenes e ideas simbólicas que harán de disparadores para realizar diferentes lecturas sobre el significado de cada episodio.
Este libro es parte del proyecto que el autor desarrolla bajo el nombre de “El archipiélago de las Medusas” (título del primer libro).
Dicho proyecto tiene el objetivo de rescatar o despertar el hábito por la lectura. Por lo tanto, estas historias son ideales para jóvenes, para adultos que quieran compartirlas con sus hijos o nietos, o también como material para que los docentes puedan trabajar con sus alumnos. Por eso los capítulos son de lectura ágil y tienen una gramática sencilla.
Este es el cuarto de los libros. Los anteriores fueron “El Archipiélago de las Medusas” (enero de 2018), “Expediciones insólitas” (marzo de 2020), y “Asintopía (enero de 2023).
Entre un mate y otro, Lucio recordó cómo los pitagóricos curaban las enfermedades, interpretando lo que le llamaban “la música de las esferas”, versión que Omar cuestionó dado que aquello, según él decía, se basaba en la visión geocéntrica sobre el universo que primaba en aquellas épocas.
El diálogo se enriquecía en tanto la canción de los Beatles iba envolviendo el aire. Esa vez el sonido invadió el espacio como nunca antes, ingresó de manera inusual en sus dos oyentes sin que ellos lo advirtieran. Sus cuerpos empezaron a hacerse invisibles hasta desaparecer. Fue así, tan simple como extraordinario, y tan repentino que Funes, el perro que dormía en un rincón, no se percató en absoluto. Al despertar, Funes vio las dos sillas vacías, comenzó a olfatear siguiendo el familiar olor del tano pero no lo halló.
Entró al dormitorio, husmeó bajo la cama y caminó hasta el pequeño patio donde Lucio solía quedarse tocando la guitarra a la madrugada los fines de semana. Fue y vino más de una vez por toda la casa, pasaron las horas y su vigilia continuaba entre caminatas desorientadas y algún aullido tenue hasta que el sueño lo fue venciendo. Quedó allí, echado sobre su manta, en el mismo rincón de la cocina junto a la mesa donde los dos amigos habían desaparecido sin que nadie lo advirtiera.
(fragmento del capítulo 1 “Un día como cualquiera”)
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